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- 20 mayo 2022
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Leer másLa inmensa mayoría de parejas disfrutan de un viaje súper romántico después de su boda sin saber el origen de esta antigua costumbre. ¿Quieres descubrirlo aqui con LoveValentin?
Después del envío de las invitaciones de boda, después de daros el “sí, quiero” –tú vestida de blanco y él con su perfecto traje de novio– y después de obsequiar a vuestros invitados con detalles de boda y un sinfín de momento mágicos, llegó el gran momento: iros de luna de miel.
Según cuenta la tradición, el nombre de “Luna de Miel” procede de las viejas costumbres nórdicas del siglo XVI, en las que los recién casados solían beber dulce hidromiel, durante la primera luna llena próxima a la ceremonia nupcial.
Una bendición
Los novios la bebían para recibir la bendición de los dioses que les regalaban a cambio fertilidad, sobre todo, para concebir hijos varones. La hidromiel también era el único alimento de Odín, padre de todos los dioses nórdicos y se consideraba una bebida que daba poderes sobrenaturales. De ahí que fuese una pócima mágica, que también ofrecían los druidas a las tribus celtas antes de enfrentarse a los romanos en la antigua Galia.
Babilonia y Roma
En Babilonia hace 3.500 años tras el enlace, el padre de la novia debía regalar al novio cerveza de miel durante una luna o un mes para desear suerte y fertilidad. En Roma era la madre de la novia la que depositaba, durante un mes aproximadamente, una vasija con miel en la habitación de la pareja. La miel representaba la fertilidad y era también utilizada como “reconstituyente” físico y ungüento de belleza para la novia.
En luna llena
Durante la Edad Media en Alemania y, por influencia de la mitología germana, se solían celebrar las bodas únicamente en noches de luna llena y las parejas bebían licor de miel durante los treinta días posteriores al enlace para ser felices y tener descendencia. Quizá de ahí proceda el nombre de “Luna de miel”.
El rapto de la novia
La tradición de beber hidromiel se unió a la del viaje por otra costumbre muy antigua de los pueblos del norte de Europa. Los pueblos bárbaros, que vivían en las fronteras del Imperio Romano, solían raptar a jóvenes de poblados vecinos o enemigos como esclavas, reclamar un rescate o casarse. Estos “secuestros” se realizaban con ayuda de un grupo de hombres, uno de los cuales recibía el título de padrino, si el secuestro se producía para celebrar una boda.
En el caso de secuestrar a una mujer para casarse, este padrino vigilaba durante la ceremonia nupcial, manteniéndose alerta y armado por si había un ataque de la familia de la novia. Transcurrido un cierto tiempo la pareja volvía al poblado de la novia con una unión de hecho que ya nadie cuestionaba.
Costumbre inglesa
El inicio de la luna de miel moderna se remonta a la Inglaterra burguesa del siglo XIX. En esa época los novios aprovechaban el viaje para presentarse a familiares lejanos que no habían asistido al enlace, al mismo tiempo que comenzaban solos su vida conyugal para así conocerse mejor. Se ha de tener en cuenta que las parejas no estaban nunca solas hasta que se celebraba el matrimonio. De ahí la importancia de disfrutar de intimidad sin estar continuamente acompañados de carabinas.
Esta moda se extendió con rapidez a otros países de Europa y en el siglo XX se popularizó definitivamente al resto del mundo, gracias a los grandes avances de los transportes y la aparición de la televisión, que acabó por universalizar esta costumbre tan antigua. El viaje para ver a los familiares lejanos se convirtió en un viaje de placer solo para los recién casados.
Tradición católica
El Vaticano también aceptó esta costumbre, ya que por tradición la miel era el símbolo del casamiento por tratarse de un alimento incorruptible, que se vuelve mucho más dulce a medida que transcurre el tiempo. Una metáfora perfecta del ideal de matrimonio cristiano. La miel también representaba para los católicos buenos augurios, dulzura y amor eterno.
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